martes, 24 de diciembre de 2013

No me dejan crecer

Constanza Michelson
Leí que un libro llamado “no quiero crecer” se convirtió en todo un hit, honestamente no lo he leído – no sé por qué pero como que los psicólogos tendemos a no leer a nuestros compatriotas, en fin… El punto, es que me llevó  a pensar más allá de los sobrevalorados artículos sobre la denominada generación canguro (siempre se escoge alguna especie animal para explicar científicamente algún comportamiento humano, en este caso lo “mamón”) donde las explaciones tienden a centrarse en la supuesta comodidad de los jóvenes de hoy, es decir sería por una razón de tono agradable el algunos se demoren en partir del nido.
No sé, si este discurso se habrá masificado, ya que los psicólogos en la práctica clínica nos encontramos no pocas veces con estas respuestas, aunque al avanzar algo más aparecen razones en absolutas voluntarias, conscientes y menos aún placenteras.
Muchas veces estos jóvenes que se supone no quieren abandonar la familia de origen, más bien no son dejados, en tanto responden a códigos implícitos de lealtad familiar. Por ejemplo, jóvenes que fracasan en lo académico y laboral (resaltando el problema en ellos, este sería como el diagnóstico explícito) encontramos que tienen por ejemplo un padre excesivamente narciso, quedando éste último como el único “capaz” de la familia; y aún peor siendo admirado por esos hijos a quienes humilla. Escuchamos en esos casos “nunca será como el padre, es que el padre es un genio”, “este hijo nunca se podrá hacer cargo de la empresa” (cunando en el fondo este padre no quiere ser reemplazado). Otro ejemplo, son esos jóvenes que sufren de una desmotivación crónica; encontrándonos que muchas veces resultan ser fervientes compañeros de alguna madre depresiva no asumida. En este sentido, si este joven hiciera algo con su vida esa madre quedaría sola. En esta línea tenemos a quienes no dejan el hogar porque inconscientemente saben que si no están, los padres se encontrarían con el peor de los desencuentros entre ellos (parejas donde hace ya mucho tiempo no pasaba nada, nada más que preocuparse de un hijo que “no quiere crecer”).  Cuántos se enferman o se inhabilitan de diversas formas, finalmente para distraer (inconscientemente) a padres que sólo se representan en lo parental ya que han fracasado en otros ámbitos? O que no quieren asumir que han envejecido y que no son necesarios de la misma manera? Otros tantos fracasan en su vida amorosa por no destituir ni a su madre ni a su padre, dependiendo cada caso. Son conocidos casos donde personas de ya avanzada edad – al menos cronológica – pueden emparejarse luego de que sus padres fallecen.
Freud lo decía en “Los que fracasan cuando triunfan”: aquella lealtad neurótica al padre, que impide ser mejor que él. Tendencia que se expresa en esos boicots justo al final de la carrera, a pasos del triunfo, satisfacción, libertad. Vocación de segundón que no nos permite asumir un deseo decidido.
De ahí que el llamado es a quienes se sientan estancados, inhabilitados de llevar un propio camino, ver críticamente a sus familias- ejercicio que puede dar mucho miedo, pero que los adolescentes conocen bien y que saben que no por eso se cuestiona el amor- revisando quizás que innecesaria lealtad están cargando.
No podemos obviar también el llamado a los padres a aceptar que amar a los hijos significa poder soltarlos, permitirles que puedan crear su propia historia sin esperar tener un papel protagónico: los papeles secundarios también son importantes y además dejan espacio para interpretar otros roles.
Psicologos Pulso

martes, 26 de noviembre de 2013

ESCRIBIR LA PROPIA HISTORIA

"Escribir es tratar de saber lo que uno escribiría si uno escribiera" Marguerite Duras.
El destino, como una escritura predeterminada (anterior) del devenir de un sujeto, supone la idea de que hay Otro que sentenció su vida. Otro que se desconoce y dijo algo, de lo que por cierto tampoco se sabe, pero que sin embargo organiza su existencia de algún modo. Esta conceptualización de la vida nos permite atribuirle a ese Otro un saber, el cual nos ordena, nos da referente y también nos posibilita para quedar libres de responsabilidad sobre lo que nos acontece... no tenemos mucho que hacer...mucho que decir...todo estaba escrito.
La noción de destino tiene algo de mágico, sobrenatural, esoterismo quizás, esto en la medida que ese Otro está representado por las estrellas, las brujas o el más allá, o quien sabe qué. Pero si rescatamos de esta noción la idea de que existen determinaciones que coartan o alientan la vida de un sujeto nos podemos acercar al campo de la neurosis y así también al gran desafío de un sujeto: escribir su propia historia.
A esta conceptualización llamada destino, en psicoanálisis la podemos nombrar como neurosis, así se comporta la estructura del neurótico (la estructura de las personas "normales"). La necesidad de hacer existir a Otro, es una necesidad neurótica que le permitiría al sujeto obtener garantías de como resolver su singularidad. Descansamos en el supuesto de que Otro sabe, le pedimos respuestas y seguimos con cierta obediencia ese saber. La religión, los padres, la lógica del consumo, son algunos ejemplos de ese Otro que impone una cierta ideología a seguir. Responder a esa normativa, esa obediencia neurótica, tiene como consecuencia ceder al propio deseo, una comodidad que puede llegar a tomar la forma de fracaso, inferioridad y tantos otros fantasmas. Al hacer existir al Otro quedamos necesariamente en sometimiento, el neurótico tiende así a posicionarse con pasión (padecimiento) frente a un destino: a cambio de garantías quedamos en deuda.
Es cierto, muchas palabras han sido prestadas para escribir nuestro discurso, muchas marcas heredadas, posiciones y lugares que se repiten. El lugar de la familia, los estudios, el rol de la mujer o del hombre, el valor del dinero, del esfuerzo, el lugar de la sexualidad, las buenas costumbres y tantos otros, son significantes marcados en la historia de un sujeto y que sirven de referencia para comenzar a vivir. Así, tomamos conciencia que muchas elecciones vienen marcadas por esto, lealtades que pueden concretarse en decisiones como nombrar al primer hijo igual que el padre, trabajar en la empresa familiar aunque la deteste, casarse con la mujer "correcta" aunque no la ame, intentar ser la madre soñada que impone la publicidad y los libros de autoayuda, la soledad como un malentendido de la valentía, los fracasos en la vida en pareja y miles y miles más. Empresas e historias con sucesión, una herencia poco afortunada una mal-dicción.
Afortunadamente el deseo insiste y a veces son los síntomas los que nos dan noticia de éste. Cuando lo imperioso del deseo hace al "destino" insostenible, el sujeto comienza a vivir la caída del Otro y el conflicto entre sostener el deseo y perder garante, o ceder en deseo a cambio de una supuesta seguridad se pone en juego. Estamos en el punto de reconocer que las cosas no están funcionando, aparece la angustia y sofisticados síntomas que se organizan en torno a ésta. Es confuso entender que un sujeto quisiera ceder a su deseo vía el síntoma, sin embargo ocurre. Sostener el propio camino en ciertos lugares (familias, sociedades, grupos) es difícil, el temor al exilio subjetivo nos hace volver. El deseo tiene algo insoportable para el sujeto, no hay garantías, no hay respaldo, en esa elección estamos solos, la contingencia de la vida se vive y el miedo a caer en el abismo nos hace retroceder. Sin embargo son fantasmas, lo cierto es que nada nos asegura nada, ni aquí ni allá, es una apuesta...la apuesta a escribir la propia historia, a crecer, a crear la vida, a hacernos responsables de nuestro acontecer. Nada fácil.
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