Un estudio publicado en The Lancet Psychiatry ha tratado de arrojar luz a los efectos de esta modalidad de violencia física, verbal o psicológica entre menores (bullying,
en inglés) y concluye que las víctimas de este tipo de agresión son más
susceptibles de padecer problemas de salud mental al llegar al final de
la adolescencia que las personas vejadas por adultos. En especial, de
ansiedad, aunque también (aunque aquí la distancia es más reducida)
depresión y tendencia a auto-lesionarse o a tener ideas suicidas.
“La conclusiones del trabajo no me sorprenden en absoluto”, comenta Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Universidad de Córdoba y especialista en acoso escolar. “Es un estudio muy bueno y muy interesante”, añade.
El trabajo, que se ha presentado recientemente en la reunión de las sociedades pediátricas estadounidenses (Pediatric Academic Societies),
destaca la dimensión mundial del problema de la violencia entre
menores. Para ello, los autores de la investigación, profesores de
psicología de la Universidad de Warwick (Reino Unido), remiten a una revisión de la situación en 38 países donde uno de cada tres menores ha sido acosado.
Ante la dimensión del problema, los autores del artículo se plantearon evaluar las consecuencias del bullying
de forma aislada, es decir, en personas que solo hubieran sufrido este
tipo de acoso. Y compararlas los efectos en la salud mental (medidos a
los 18 años tras seguir a los chavales desde los 8-9 años) con las
secuelas que deja el maltrato adulto, que estudiaron por separado. Para
ello, acudieron a dos grandes bases de datos poblacionales. Una es la
británica ALSPAC (Avon Longitudinal Study of Parents and Children in the UK) formada por 4.026 niños. Otra es la estadounidense GSMS (Great Smoky Mountains Study) que monitoriza a 1.420 niños.
Para medir el impacto del acoso, los investigadores midieron el
efecto en la salud mental, en general. en el grupo estadounidense,
frente a un 17% de maltratados con secuelas, la tasa se disparaba en un
36% entre los acosados. Al detallar los efectos a través de síntomas más
concretos, también había sensibles diferencias respecto a la ansiedad
(8% por 25%) y algo menos (unos cuatro puntos porcentuales) en casos de
depresión y autolesiones.
A primera vista puede sorprender que las consecuencias del acoso
escolar sean más perjudiciales que las del maltrato, cuando en este
último caso, son los padres o los familiares quienes agreden a los
pequeños, con la carga emocional que ello comporta. A Rosario Ortega no
le resulta extraño. “Los padres nos influyen mucho en los primeros años
de vida, pero en la escuela el niño comienza a perfilar la dimensión
social, y a medida que crece y se acerca a la adolescencia las figuras
de apego cambian y lo que le importa al niño son los otros".
La también
vicepresidenta del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar
explica que sufrir este tipo de violencia por parte de sus compañeros
en el último periodo del desarrollo del menor "supone un desequilibrio y
un desgaste de la personalidad del sujeto de forma muy fuerte”. Y si se
prolonga en el tiempo "destruye factores relevantísimos de la
personalidad del sujeto", con las consecuencias que describe el
artículo.
“Sufrir acoso escolar no es un inofensivo rito de iniciación o una
parte inevitable de hacerse mayor, tiene serias consecuencias en el
largo plazo”, concluye Dieter Wolke, profesor de psicología del
desarrollo de la Universidad de Warwick (Reino Unido) y uno de los
autores del trabajo. La catedrática de la Universidad de Córdoba destaca
que en las últimas décadas las sociedades occidentales han avanzado
mucho en su lucha contra el maltrato infantil, pero no tanto en el
ámbito del acoso escolar. "Debemos asumir que un niño no puede ni debe
acosar, maltratar o abusar de otro, y que las escuelas deben intervenir;
hay que formar bien a los maestros y a los padres. No son cosas de
niños, es muy dañino y sigue siendo muy frecuente", añade Ortega.
Fuentes: El Pais | The Lancet
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